Cambio de actividades. Por Ximena Velosa

Cambio de actividades. Por Ximena Velosa

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Noviembre de 2024

¿Tú qué haces?

Trabajo como fotógrafa.

¡Ah, eres fotógrafa! ¡Qué bien!

No. Trabajo como fotógrafa.

¿Eres artista?

No estoy segura.

¿Entonces?

Creo que esta conversación empieza a hacerse más tediosa para ella que para mí. Habría querido poder responder con entusiasmo a sus preguntas, pero me parecieron difíciles e inútiles. ¿Cómo voy a saber quién soy? Me lo he preguntado toda la vida. ¡Y quién pregunta eso en una fiesta! “¿Tú quién eres? ¿Tú qué haces?” Son pésimas preguntas para comenzar una conversación, nunca se tiene una respuesta. Yo, por lo menos, no. Nunca. Esta semana estuve tratando de convencerme de ser artista. Ya habían pasado dos años desde que decidí cambiar de profesión y aún no me convencía de ello, lo que trae grandes dificultades a mis finanzas. ¡Qué desespero! Como no logro ubicarme en ningún área de conocimiento específica, me quedo en el limbo cuando me preguntan esas cosas. Después de decirme todas estas cosas, traté de responder alguna cosa de afán. "Puedes ubicarme en algún lugar de las ciencias humanas. Aunque no sé si hay ciencias en las ciencias humanas." "Uhm…"

Se enojó y se fue. Me quedé sentada en ese sofá viejo, sola, a media luz, viendo cómo los demás se divertían bailando y bebiendo de sus copas, mientras yo repasaba una respuesta a las preguntas que acababan de hacerme, por si alguien preguntaba de nuevo. Me la voy a pasar fatal en esta fiesta, la música está horrible. Tengo que entregar en un par de días unas piezas gráficas para promocionar una subasta de arte y no puedo hacer otra cosa que pensar en eso.

Ya había pasado por la primera reacción de mi cliente cuando me propusieron hacer el volante: “no te vendiste muy bien”. ¡Qué espanto! Y la primera entrega que hice fue mal recibida, la pieza era aburrida y a decir verdad, creo que de mal gusto, le faltaba refinamiento. Ya estaba asustada, nerviosa, inquieta, con miedo a no ser capaz de probar que era buena en esto. Contrataron mis servicios gracias al respaldo de un amigo, y a pesar de mi autopromoción fallida. No tenían otra opción, no había tiempo, ni conocían a alguien más que hiciera el trabajo inmediatamente. Sería mi primer trabajo remunerado haciendo volantes, así que acepté el desafío. Vine a esta fiesta de mierda para distraerme del pánico, que amenazaba con devorarme. Traté de ajustarme a las ideas disparatadas de mis clientes, que querían ver a Trump cayendo tras pisar una cáscara de banano o al Tío Sam con su dedo acusatorio sosteniendo una paleta de subasta. No se me ocurría nada con esas imágenes de referencia. ¿Qué tenía eso que ver con una subasta virtual de arte en una república bananera? Me parecía casi un insulto a sí mismo.

Tomé una copa para ver si me visitaban las musas. No me visitaron; ni siquiera para sacarme del aprieto de improvisar una respuesta en situación social con una chica desconocida. Que desconocida se quedó, porque la espanté con mi respuesta impertinente. Lástima, era guapa. El tedio y la preocupación me echaron fuera de aquel lugar. Di una caminata nocturna por las calles de la ciudad, con la esperanza de encontrarme ahora sí alguna musa perdida. No tuve más remedio que ir a casa y dormir.

Dejé pasar un día más, dándole vueltas a la imaginación, tratando de encontrar cómo Trump tropezando y el tío Sam acusando podrían encontrarse en un volante de invitación a una subasta de arte. No le encuentro sentido. Seguro que soy yo, encartada con mi absoluta literalidad del lenguaje. Se acercaba la fecha límite y tenía que entregar algo, no entregar era probar mi incapacidad creativa. Terminó el último día de trabajo que me quedaba para la entrega y la maraña de mis pensamientos me acosaba no sólo sobre qué entregar, sino cómo entenderme a mí misma como artista o como diseñadora. En fin, que un simple trabajo se había convertido en una cuestión metafísica sobre la identidad personal. A dormir.

¡Que me parta un rayo, voy a hacer lo que me dé la gana y se tendrán que ajustar a lo que yo les proponga! O se van al carajo y buscan a otra persona. Por mí el tío Sam puede irse a la mismísima mierda, ni siquiera sé quién es.

Revisé mi archivo fotográfico y saqué 3 fotografías que podrían servir para el propósito y sobre ellas construí tres volantes. 4 días pensando en cómo hacer tropezar a un par de extranjeros advenedizos se fueron al tacho de basura, usé mis fotografías minimalistas, de planos muy cerrados y con rastros de humanos que no se dejan ver. Metales oxidados, tazas de café usadas, gotas de agua que caen unas sobre otras. El mismo texto y la misma diagramación para todas y ya está.

Aprobaron una de las propuestas, incluso con felicitaciones. No importó que no hubiera hecho nada del tío Sam. No supe qué pasó en mí, el horror de no entregar nada me obligó a creerme el cuento. Artista soy y artista me quedo. Lo que me salvó el pellejo fue mi propio oficio, mi archivo fotográfico. Ya no puedo ignorar que tengo años de trabajo y de archivo que sacaron la cara por mí.