Xime Velosa: Por qué escribo
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La escritura es para mí un asunto médico. Ineludible. Quisiera tener la habilidad para hacerlo por completo desprendida de mis pasiones, mis obsesiones, pero no me es posible. Todo está sometido a la circunstancia de mis emociones, ocasionando una sensación -que no contrasta con la realidad- de un eterno discontinuo y una condena al solaz. Una falta de talento, tal vez, o de disciplina.
He luchado por someter a la voluntad de la razón a mis fantasmas emocionales y así lograr funcionar como un ser social, pero fracaso en cada intento. De modo que la escritura es más bien una catarsis, una autoterapia, una expulsión de bajas pasiones contenidas por el adoctrinamiento de la crianza y el deseo de conservar cerca a mis seres queridos.
Por no mencionar la convicción de no querer parecerme a mi padre, ese ser atormentado que al verse sometido a la frustración se convertía en un monstruo infernal que, encolerizado, lo destruía todo a su paso. Un niño malcriado. Mi predilección por la coherencia me obliga a pasarlo todo por el tribunal de la razón y cada pulso que me juego contra mis emociones encapsula ese deseo de gritar todo lo sentido, por el miedo a no poder contener después esa avalancha. Cada pulso es solo una ficción, porque no es posible una victoria, cada encapsulado de emociones retenidas se transforma después en jaquecas, úlceras, dolores de espalda, silencios eternos y, finalmente, en un gesto inexpresivo y en un cuerpo ausente... Existir se hace una carga muy pesada.
Es ahí cuando no tengo más remedio que sentarme a escribir. Tal vez porque las piernas no me sostienen más y porque renuncié al privilegio de tenderme en un lecho, como esperando la muerte.
Llevo dos meses tratando de deshacerme de tanto equipaje, ocupada en una cosa y otra y levantando ocasionalmente la válvula de escape. Habría preferido hacerle frente a un desafío literario, y ponerme a escribir el cuento que prometí; vencer dificultades autoimpuestas tiene la propiedad de hacerme sentir bien conmigo misma, pero tuve que abordar la prioridad de aliviar el deseo de romper todo el cristal de la casa. Es absurdo cómo el acto de destruir aligera la carga, es un acto de psicomagia, sin embargo, eso tampoco me lo permito. Al final, tendría que reponerlo todo después y pasar por la vergüenza de dar una explicación a mi comportamiento infantil.
Así las cosas, me encuentro ahora dando todo tipo de explicaciones sobre por qué no le hice frente al desafío. Escribo para justificar por qué no escribí. Un contrasentido, “una contradicción performativa”, me dirían mis antiguos colegas, pero lo que no se cuenta es que no se escribe sin más, como un autómata que repite la misma frase hasta que alguien lo apaga. Se escribe porque hay algo que decir, algo que no se dice de cualquier manera y que requiere su propia explicación. No importa que surja por la exigencia de una pulsión, lo dicho debe decirse con sentido, con propósito, con el poder de transformación de la palabra y con el respeto y la dignidad que le merece. Escribir por escribir es lo mismo que romper todo el cristal de la casa, un exabrupto. Tal vez por ello mismo someto esa pulsión al tribunal de la razón, para elaborar el sentido de expresarlo todo, para comprender lo que hago, lo que soy y limpiar mis entrañas en lo profundo y poder librar el próximo combate.