Días raros

Días raros

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Primaria

Este colegio está bien. No me gusta que las niñas se agrupan mucho y cierran esos grupos, no se puede jugar siempre con todos, hay que pedir permisos a las niñas que lideran esos grupos. Yo no hago parte de ningún grupo, pero tengo amiguitas en unos y otros grupos. También en otros grupos. En clase siempre estoy con niños muy simpáticos y siempre tengo con quien jugar en el recreo. Y mis hermanas mayores están por ahí. A veces paso por sus salones cuando están en clase por curiosidad.

Ya ahora que estoy en quinto, muchas cosas han cambiado y van a cambiar. Nata está en otro colegio, Caro se gradúa este año del colegio y Juli ya está en la universidad. Dani es un bebé, pero nunca lo veo porque no es hijo de mamá y su madre no quiere que comparta con nosotras. Yo termino la primaria y me toca cambiar de colegio, porque este pertenece a un banco, el cual fue comprado por otro banco, y sacaron a mucha gente, entre ellas a mi mamá. Lo bueno es que me voy al colegio donde está Nata, es cerca de casa y ella está muy contenta. Dice que ya sabe quiénes van a ser mis amigas.

Sexto y séptimo

Este colegio sí que es divertido. Es mucho más pequeño que el otro, lo que permite que todos nos conozcamos. Los grados no superan las 20 personas. Salgo mucho con Nata y chicas de varios cursos. Y ella tenía razón, aquí he encontrado a la mejor de las amigas, Nana. Ella es muy popular, por eso anda con otras chicas que no son muy de mi agrado, pero está bien. Aquí en este colegio todos somos libres. Incluso decidimos si entrar a clases o no, y si no, tenemos que argumentarlo, usualmente con César, el director, que es un tipo muy especial. Con César todos podemos hablar y podemos abrir debates con todo el colegio. Los chicos de este colegio van con pelo largo y tatuados. También los hay muy elegantes. E hijos de narcos. Igual las chicas, hay modelos, actrices, cantantes, mechudas, tatuadas, sin pelo. Esas diferencias sub culturales no son criterio de amistad, hay cosas más importantes, como el carácter. Y si alguien te cae mal, se obvia. Tengo amigos muy chéveres en todas las clases, varios están un par de grados más que yo y son músicos, aprenden saxofón, batería, guitarra, tocan en bandas de ska o de rock y me gusta ir a sus presentaciones. En el colegio el arte es importante y siempre se habla del libre desarrollo de la personalidad, de aprender con espíritu y de la utopía de aprender porque se quiere, porque es apasionante, no porque es una obligación.

Lo que más me gusta son las Intercasas: por una semana el colegio para sus actividades académicas y se hacen grupos con personas de todos los grupos. Cada casa debe representar a un grupo indígena. Y el sábado debemos presentarnos a las familias. La casa que mejor represente al grupo indígena, gana. Es una semana donde la gente se transforma: no importa quién eres, qué edad tienes, de qué curso eres; te transformas, te maquillas, aprendes palabras nuevas, lugares nuevos, canciones nuevas y te sientes orgulloso de ese grupo indígena, el cual tal vez nunca conoceremos.

Octavo

César ha muerto y el colegio es otro. El colegio es famoso en la zona por su libertad y flexibilidad y por eso llega más gente que solo quiere libertinaje. Si bien siempre se han consumido drogas, ahora las veo por todo lado, son el postre del almuerzo. Tampoco dejan dictar clase y los profesores no tienen control. Los docentes más chéveres se han ido. En las Intercasas no se hizo nada interesante. Ya no hay espíritu. Varios de mis amigos se gradúan este año, Nana tiene otras amigas y Nata también. Le he comentado a mis papás y parece que hay una oportunidad en otro colegio, uno bueno académicamente y no veo por qué no cambiar. Creo que parte de la utopía aún vive en mí.

Noveno

Este día ha estado fatal. Y no entiendo por qué, porque no hay razones concretas. Incluso fue un día soleado. Finalmente, sí cambié el blazer y la corbata por la jardinera, este vestido estudiantil que en realidad no está mal. Pero en todo caso me quedo con las sudaderas. El cliché de que las niñas que estudian en colegios femeninos son diferentes es cierto. Me sentí como en una burbuja, de la cual quería salir. Lo raro es que la burbuja era bonita, alegre, limpia. En medio de juegos, cuando todo el colegio estaba reunido en una cancha grande de fútbol, y desde donde podía ver las lindas instalaciones, vi que estaba sola, que no me identificaba con nada, y dudaba que fuera a pasar. Caí en cuenta que no había pensado en la decisión, solo había visto una oportunidad de mejorar mis estudios y confié en mi carácter amiguero, el cual quedó anulado. Yo solo me quería ir. Todo me parecía raro: tanto orden era inusual, las niñas eran todas homogéneas, su belleza era similar, no había nada exótico, todo era tan bonito y feliz que se me hacía sospechoso. Y ese fue el primero de muchos días raros.

Además, por primera vez estaba en un lugar donde no conocía a nadie, donde era anónima, donde era la hermana de nadie, la amiga de nadie, y me sentí muy sola. En medio de una actividad donde todas se divertían, una profesora muy dulce, Leslie, se me acercó y me preguntó cómo estaba. Me sentí muy niña y lloré, y entendí que había cometido un error: yo no debería estar ahí, por muy lindo que fuera.

Noveno, en más detalle

A mí siempre me gustó estar con chicos en el aula, pues son divertidos y descomplicados; tienden a darle un ambiente dinámico al aula. Siempre me llevé bien tanto con los niños como con las niñas. Ahora el aula era muy aburrida y sentimental. Había reuniones sensibilizadoras donde las niñas hablaban de sus sentimientos y lloraban todas. Todas menos un par, entre ellas yo, que no entendía la situación; me faltaba empatía para entender la emocionalidad de las niñas lindas bien de la ciudad. Verlas así evitó que hiciera amigas, pero empecé a recorrer los grupitos existentes, de niñas que eran amigas desde que tienen uso de razón, pero que aun así hablaban mal de la primera que se ausentara un momento. Tenían códigos comportamentales que o eran desconocidos para mí, o complicados de entender. Antes todo era fácil, directo, ahora no podía leer a la gente ni entender sus motivos, tendría que aprender a leer entre líneas, pero no sabía cómo, no tenía un traductor. Sin embargo, eso no me molestaba, en sí las damitas eran dulces e inteligentes, se podía convivir bien con ellas en el día a día. Lo que sí me fastidiaba era la hipocresía y la adulación, ni separadas ni combinadas. No lo conocía y por eso no lo sabía manejar. Me explico con un ejemplo: había una niña que me buscaba, me abrazaba, y era exagerada con su comportamiento hacia mí. Si bien me parecía rara, no pensé nada malo. Hasta que me enteré de las primeras críticas hacia mí, y una amiga de ella fue quien me dijo que no sabía por qué, pero que esa niña me odiaba y me recomendaba no fiarme de ella. Esto me generó muchas preguntas: ¿Por qué me busca?, ¿Por qué me saluda?, ¿Por qué me abraza? ¿Qué necesidad? Y que su amiga me hubiera contado, tiene una razón: esa niña era amiga mía del barrio. Ella venía de otro colegio femenino, por lo cual se adaptó rápidamente, al ser parte del grupo de las nuevas. En el colegio teníamos poco que ver, pero una vez nos reuníamos en el barrio, compartíamos, como siempre. Estas dinámicas dificultaban mi integración (tanto la de la niña hipócrita como la de mi amiga del barrio), aumentaban la sensación de raridad, y aumentaban mi necesidad de cambio.

Para mi familia también fueron días raros. No entendían qué me pasaba, ya que no solía causar problema, solía ser tranquila y obediente, y no había motivos negativos concretos que esclarecieran mi parcial infelicidad. Yo simplemente llamaba a mi mamá del colegio llorando o llegaba a la casa feliz de por fin llegar. Los fines de semana me reunía con los amigos del colegio anterior y, si bien, era divertido, también me convencía de que no quería regresar tampoco a ese colegio. Mantenía contacto constante con Nana, la extraña mucho, pero ella era feliz y eso me alegraba. Por suerte, mis papás decidieron que sí podría volver a cambiar para décimo, pero para casi terminar el colegio iba a ser una misión difícil.

Mientras tanto seguí compartiendo con las chicas, y comencé a integrarme, pero en otro curso, en un grado mayor. Por alguna razón las niñas eran menos aburridas para mí. En ese salón escuché más música, vi más acción, y con un par de ellas fue más fácil hablar. Todo empezó por una chica del bus del colegio. Después de algunos meses, hablamos y nos caímos bien, y ella también era nueva, y también estaba en el lugar equivocado. Cuando nos conocimos más, descubrimos amigos en común. Y empecé a estar con ella y a conocer las chicas de su salón. Comencé a pasar tanto tiempo allí, que un día la profesora de matemáticas no me dejó salir de allí. Ese día hablé con ella y así como me fue evidente que mi aislamiento era público, también que estar sola y desubicada era un estado que yo podría cambiar.

Otro reto que tuve fue el nivel académico. Llegué al colegio con un nivel más bajo en general, especialmente en matemáticas. Al principio de año, ellas ya sabían geometría y yo no sabía ni cómo se llamaban los triángulos, menos sus ángulos. Mi déficit era en todas materias, incluso recreo. Mi lema, impulsado por mi mamá, se convirtió en que iba a estudiar y no a hacer amigas, menos lágrimas y más estudio, el estudio distrae. Además, Mamá me motivó para que me concentrara en estudiar, pues esto iba a ser importante para encontrar otro colegio. Y así fue. En este colegio los cortes eran por trimestres (usualmente son por cuartal). El primero me fue mal, muy mal. El segundo me fue muy bien y recuperé todo, y esto me motivó muchísimo; para ello conté las vacaciones de mitad de año, donde para muchos trabajos conté con la ayuda de mis hermanas y la inmersión en la biblioteca de la ciudad.

La verdad es que los profesores eran buenos, las clases eran buenas, y sí: estaba aprendiendo. Leslie era mi profesora de sociales y era fantástica. La profesora de español, Rita, era un deleite. Le tenía miedo a la profesora de matemáticas, pero después de aquella charla todo cambió, y me animé a esforzarme más. La profesora de biología, que también era la directora de curso, era muy amable. En realidad, creo que todos lo eran, eran exigentes y eso me gustaba. También recuerdo bien al profesor de física, al de filosofía y a la de artes. Y echaba de menos tener clase de música, eso realmente me hizo mucha falta.

Poco a poco entendí que yo era arrogante. Pensaba que era más aguerrida, más sincera, más honesta que ellas. Creía que tenía un mejor carácter y una mayor comprensión de los chicos, al haber crecido más cerca de ellos. Las juzgaba de superfluas, rebeldes sin causa, mimadas, demasiado competitivas, hipócritas, lloronas. Pero eso son patrañas. Como ellas, estaba creciendo y buscando mi espacio. Pero sí tenía claro que no lo iba a encontrar allí. Una vez que tuve inscripción en otro colegio, y sabiendo que me iba, me relajé. Antes de mitad de año comencé a andar con la chica que conocí en primaria, mi tocaya, y a veces con chicas que también eran sus amigas. Con ella hubo mucha química, era diferente, muy inteligente, divertida, sagaz, irreverente, pero para mi cumpleaños nos alejamos y la distancia física y emocional fue definitiva en las vacaciones de mitad de año.

Después de las vacaciones de mitad de año, empecé a andar con un grupo de chicas que no eran de mi gran interés, porque aunque eran buenas y lindas, eran aburridas. Excepto una de ellas, por quien andaba con las demás, Angie. Ella fue la amiga que tanto necesité. Era dulce, graciosa, calmada, pero con un humor negro valioso, muy noble. Cuando salí del colegio, seguimos siendo amigas un tiempo. Luego los caminos se separaron, pero todavía seguimos en contacto ocasional. Con los años me he reencontrado con muchas de ellas, en muy buenos términos. Me sorprende el hecho que se acuerden de mí.

Hoy

Raro. Aún no puedo explicar por qué fue todo tan raro. Pasaron muchas cosas más, tanto en términos de relaciones emocionales como académicas, y no entiendo qué fue lo que pasó, por qué todo fue tan dramático para mí. Me llega a la idea un ejemplo: para la clase de español participé en una convocatoria de ensayos. Pasé. Tocaba ir al colegio una tarde a una actividad y debía leerlo allí. No fui. La idea de tener que ir al colegio en un momento no obligatorio me mareaba. Le conté a mi mamá del evento, pero no de ese ensayo y mi participación pública. Me entendió y me dijo que no fuera si no me sentía bien con ello. No hubo consecuencias académicas, pero sé que no estuvo bien.

Tener buenas notas me llenaba de orgullo, sobre todo con los ensayos. Mi familia me apoyó mucho. Y al final hubo cambio de colegio, uno adoctrinado como este, pero mixto. Hice amigas rápidamente y nunca volví a tener esos días raros.