El mundo es un pañuelo
Created: | Updated:Colección: Cuentos cortos. Subcolección: "Mujer, casos de la vida (i)real"
Voy en camino a una fiesta, pero antes voy a comprar algo para llevar. Camino por la calle, con cuidado de no pisar una baldosa suelta, porque ha llovido mucho hoy, y luego se salpica agua sucia, y hoy llevo las piernas destapadas. Por eso, miro el suelo. Aunque, usualmente, miro hacia el piso, para jugar con la calle, para no pisar mugre, para recoger basura si no es algo asqueroso, para encontrar suerte en una moneda o billete.
Me causan gracia los zapatos del chico que va delante de mí. Lleva unas botas de invierno, para un frío que aquí no existe. Aunque aquí la gente combina la ropa de acuerdo a la televisión y no al clima. La ventaja del trópico, nadie se va a asfixiar ni a congelar. Pero estas botas ya son exageradas, pienso, y me río, pues creo que en realidad mi sorpresa radica en que nunca he visto unas así. Y sin darme cuenta, pasan varias cuadras y sigo detrás de esas botas.
Hasta que el botas, de pronto para, y se da la vuelta. Casi que tropiezo contra su pecho. Si bien soy pequeña, este chico es bien alto. Tanto que se agazapa para hablarme. Y en un español muy pobre me pregunta por qué lo persigo, que si lo quiero robar. Lo miro a sus grandes ojos claros y me río. ¿Qué quiere que le robe, las botas de invierno para una ciudad cálida, talla mil? Gringo bobo…
Con la mano, le muestro el camino de la calle, para que siga su camino. Curiosamente, seguimos otro rato igual: yo detrás de él, "persiguiéndolo". Entonces él se hace a un lado, para darme paso. Sigo, normal, hacia mi fiesta. Seguimos juntos. Llegamos juntos. Y sí, el mundo es un pañuelo: misma fiesta, mismo amigo. Entonces no puedo más que volver a reír. Mientras le cuento al amigo anfitrión que el gringo "botas" me ve cara de ladrona, también felicito al chico por su valentía, realmente actuó bien al enfrentar una posible villana. Con esto, conquisto su simpatía y también él puede hallar la gracia de la situación. Y así pasamos toda la noche: riendo, hablando y conociéndonos.
Él se quedaría dos meses, está visitando a un amigo que trabaja acá. Después de una semana de recorrer la ciudad juntos, donde le muestro una jungla de cemento desde una perspectiva romántica, me invita a hacer una ruta de viaje con él. Primero me niego, porque considero que tiene que vivir aventuras como soltero, no con la primera persona que conoce acá. Pero de otra forma me convence, al asegurarnos que solo tenemos un mes más juntos. Ninguno quiere un compromiso ahora, y un poco de aventura y de "amor de paseo" a nadie le viene mal en plena juventud.
Es pasamos un mes maravilloso. No solo aprendemos cosas nuevas durante el viaje de cultura, historia, gastronomía, de deportes, de todo, sino que aprendemos más del idioma del otro, de cómo nos hemos configurado de diferente forma, como personas, según donde crecemos, y a la vez somos iguales, llenos de sueños.
Se acaba el tiempo y el gringo se va. Por unos meses, nos hablamos y nos escribimos, pero al cabo de un breve tiempo, la rutina hace que hablemos cada vez menos, y menos. Hasta que la única comunicación es darnos likes.
Años después, me voy de viaje, a un lugar lejano. Y como el mundo es un pañuelo, después de registrarme en el hotel, me lo encuentro. También está registrado ahí y se va a quedar una semana por trabajo. Me cuenta que desde que me conoció se fija más en el piso, y que le llamé la atención por los zapatos. Nada exótico, solo coloridos en una ciudad donde la ropa se basa en la escala de grises. Pasamos la semana juntos, sin percepciones románticas, pero muy amigablemente. Discutimos sobre el mundo, sobre la comida, sobre lo que ha pasado con nuestras vidas, sobre lo que queríamos ser y ya no fue, sobre lo que todavía queremos lograr. Como dice él, we agree to desagree. Nos despedimos con mucha nostalgia, porque sabemos que a pesar de nuestra conexión, nuestra relación seguirá basada en likes.
Años después, la historia se repite, porque el mundo es un pañuelo. Estoy en la playa, en un lugar no muy lejano. Busco conchitas en la arena, por lo cual, como es usual, voy mirando el piso. Cuando veo unos pies muy raros, pero más que eso: familiares. Cuando subo la cara, el gringo ya me está sonriendo. Volvemos a pasar unos días juntos, y esta vez la coincidencia, el calor, el mar, hacen que recorramos este paseo de nuevo con una perspectiva romántica. Nos redescubrimos desde las similitudes y las diferencias, desde lo lejano y difuso que es el mundo y la nitidez de la intimidad. Y coincidimos en que seguimos llenos de sueños. Y nos volvemos a despedir, con la promesa de que si llegamos a encontrarnos una vez más, pensaremos en adquirir un compromiso.
Y así es, mucho tiempo después. Estoy en otra playa, en un lugar no muy lejano. Mi hija juega con un niño y se botan arena, lo cual convierte el juego en lágrimas. Voy a intentar calmarlos y me encuentro con otra mamá, una chica llena de ternura. Ambas intentamos limpiar los rostros de los niños con nuestros pañuelos, en lo que llegan los esposos a la escena. Me abrazo con el gringo y nos presentamos las respectivas parejas, quienes no logran entender cómo puede ser el mundo tan pequeño: un pañuelo. Pasamos todos juntos una semana de vacaciones. Vemos que las semejanzas son ahora más importantes que las diferencias, y que todo lo bello que hemos vivido juntos debe trascender. Miramos el piso al despedirnos, y, como acordado adquirimos, un compromiso: vamos a ser amigos más allá de los likes.