Rito de iniciación: La magia de los 15 años. Una crónica, un reportaje y cuentos en borrador
Created: | Updated:CRÓNICA
"Yo no sé por qué me siento hoy tan diferente, qué no quiero nada con la gente, qué será, yo no sé… Ahora despierta la mujer que en mí dormía y poco a poco se muere la niña, comienza la aventura de la vida...". Con esta balada cursi, que fue la banda sonora de principios de los noventa en gran parte de latinoamérica, se supone que debía identificarme. Una melodía pegajosa que nos recuerda el supuesto destino uniforme de toda chica: la transformación mágica de niña a mujer en la velada de sus quince. Pero, ¿y los chicos? ¿Acaso ellos no merecen una fiesta que celebre su transición a la adultez? Y más importante aún, ¿realmente la niña en mí iba a morir? Porque, hasta donde sé, sigo pidiendo cereales azucarados para desayunar y peleo con mis sobrinos por el muñequito adjunto.
Las fiestas de mis 3 hermanas mayores fueron el mejor avance de lo que se esperaba de mí. Cada celebración fue un capítulo más en nuestro libro familiar de tradiciones, lleno de expectativas y vestidos que parecían sacados de un cuento de hadas (aclaro que el cuento se escribió en un episodio de alta costura y excesos noventeros, como el peinado inspirado en Alf). Los videos de estas ocasiones, donde mis padres irradiaban orgullo, quedaron para la posteridad. Por mi parte, fue una ayuda para tener un criterio de lo que se esperaba de mi propia quinceañera, como no quedarme dormida con la boca abierta y ser grabada por el camarógrafo, como en la fiesta de la hermana mayor; bailar sin pausa y con todos los señores y chicos, para evitar otra toma cinematográfica mía, dormida, con la boa abierta, como pasó en la segunda fiesta; y no esconderme de la cámara, como pasó en de la última. Todos los ritos estaban hacían parte de un protocolo: el color, el buffet, la agenda, la entrega del anillo por parte del abuelo paterno, palabras de papá, etc.
Cuando llegó mi turno, la idea de sumergirme en una extravagancia similar no solo no me entusiasmaba, sino que me parecía un despilfarro de dinero en tiempos donde el mantra familiar era más bien la austeridad. Yo habría preferido un viaje, una alternativa que era popular en mi época, lo cual era menos ostentoso y más acorde con lo que realmente deseaba. Pero, claro, la tradición pesa y mis padres tenían claro que este era el plan.
Entendí lo que este ritual significaban para ellos, especialmente para mi madre. Era su forma de mostrarnos amor, de compartir con nosotras un sueño que ella no pudo vivir. Por un lado, está el hecho de darle a las hijas igualitariamente, es decir, ¿cómo no me iban a regalar una fiesta a mí si a mis hermanas sí les dieron? ¿Cómo me van a dar un viaje a mí, si a mis hermanas no les dieron? Así que me vi empujada a una negociación: un festejo moderno, a mi estilo, pequeño, y que mantuviera el espíritu del rito de paso. Para esa noche, entre los protocolos de la fiesta, y escoger mi música, me vi forzada a reflexionar sobre quién era yo y quién quería ser, lo que me llevó solo a concluir que definitivamente no me estaba convirtiendo en mujer en ese instante supuestamente mágico.
Pero esa noche, descubrí que la Quinceañera es más que una fiesta con vestidos y bailes. Vi que es una recolección familiar de recuerdos, es mi caso, bonitos, y que, así como podía ponerme un vestido bonito y maquillarme, también podía bailar ska y hip-hop con mis padres. Y me quedó claro que esa fecha está lejos de ser un punto de inflexión, el antes y después en la vida de una chica. Muchos años después, me pregunto, ¿qué pasa con la niña que fui? ¿Por qué no celebramos más ritos con otros cambios? ¿Por qué la siguiente gran celebración es un matrimonio? ¿Deberíamos celebrar también la menopausia?
Contrario a lo que dicta aquel himno telenovelesco de mi generación, la niña nunca murió. Sigue aquí, preguntándose si algún día habrá un rito que celebre el paso de joven a señora, y de señora a anciana... aunque, sinceramente, espero que no implique otra fiesta de la que tenga que recuperarme.Así que ahí lo tienen: mi quinceañera, un rito de paso que cumplí más por tradición familiar que por convicción personal. Una noche que se suponía marcaba mi transición a lo mujeril, pero que, en realidad, fue una fiesta, nomás. Una muy divertida, eso sí, pero que no cambió el hecho de que seguiré siendo siempre esa niña a la que le gusta desordenarse solo un poco, una mujer a la que le gusta bailar hasta el amanecer y, por supuesto, una que quiere evitar a toda costa que un paparazzi la capture durmiendo con la boca abierta.
REPORTAJE
En la cultura popular latinoamericana, la celebración de la Quinceañera es un rito de paso emblemático que marca la transición de niña a mujer. Sus orígenes son indígenas de Mesoamérica. No está claro por qué este rito fue posteriormente adoptado por los colonos, y con el tiempo se convirtió en un símbolo de estatus, así como no se puede afirmar que esa sea la razón por la cual este rito ha sobrevivido y evolucionado hasta la actualidad. La adaptación del rito se transportó por todas las colonias latinoamericanas, con protocolos que varían de un país a otro, transformándose con las modas de los nuevos tiempos, pero siempre girando en torno a la presentación de la nueva señorita en sociedad.
La importancia de este rito se puede apreciar en las historias de familias que, independientemente de su estatus económico, priorizan la celebración de este evento como un hito en la vida de las jóvenes. Las celebraciones pueden ser grandiosas o modestas, pero siempre cargadas de significado. Incluso en familias que viven modestamente, la Quinceañera se convierte en una manifestación de amor, deseos y expectativas. Sin embargo, hoy, que existe la opción de hacer un viaje en vez de la fiesta, y para muchos implica una deuda cuasi-obligatoria.
A través de estas celebraciones, las jóvenes no solo se presentan en sociedad, sino que también experimentan un proceso de maduración personal. Si bien es claro que la transición de niña a mujer no se completa en el día de la fiesta o del cumpleaños, sino que es un viaje que ya ha empezado y que continúa mucho después, ese día está marcado por la exploración de la identidad y de la influencia familiar.
La Quinceañera, entonces, es más que una fiesta: es un legado familiar, cultural, un espejo de cambios sociales y un rito que celebra no solo una edad, sino una bandera de hacer consciente que hay una nueva etapa de vida, desarrollo y descubrimiento personal.
CUENTO. Borrador 1
La Quinceañera en la cultura popular latinoamericana es más que una novela exitosa, la cual nos dejó una canción muy cursi , pegada en la memoria de una generación de por vida, sino que también nos dejó esa letra como un destino que todas las chicas deberíamos vivir de manera igual: es el rito que celebra el paso de pasar de ser niña a ser mujer. La canción del comienzo de la novela, que se convirtió en un himno, aclara que una no sabe por qué se siente diferente y rara, que la niña interior muere, y así comienza la aventura de la vida. ¡Ay, qué dicha genera que algunas cosas cambien con el tiempo! ¡Y que otras tantas se aclaren!
Sin embargo, detrás de esta fiesta, de esta celebración, sí hay una importancia cultural innegable, que viene desde que era un rito indígena aceptado por los colonos, y que lo convirtieron en un símbolo de estatus, como todo lo que solían “adoptar”. A diferencia de otros ritos, la fiesta de Quince ha sobrevivido hasta nuestros días. La magia de los quince años se celebra en todos los países latinoamericanos y tienen sus protocolos, tanto generales como específicos. Así es como se presenta una nueva señorita en sociedad. Y al ser yo latina, pues también me tocó a mí.
Soy la menor de cuatro mujeres, por lo tanto, supe desde mis 8 años cuán importante era ese rito. Mi familia nunca fue de darse lujos innecesarios, más bien de vivir modestamente. Pero cuando la mayor de las hijas llegó a esas tiernas edades, hubo un cambio. La fiesta fue grande, estuvo toda la familia, muchos amigos, y todos muy bonitos, todas las chicas con vestidos, muy elegantes, muy bellas, con sus capules de Alf altísimos, como debía ser a inicios de los 90. Los vestidos eran pomposísimos, y ellas lograban caminar y bailar bien con sus primeros tacones. Los chicos también estaban muy guapos; algunos ya estaban muy altos, ya con figura de adolescentes, mientras otros aún se veían pequeños, pero todos con cara de niños. Ahí se notaba la diferencia entre géneros: de las chicas, ninguna parecía ya niña. Bailé, comí y dormí. Y dado que quedé grabada en video durmiendo con la boca abierta, me propuse que eso no se repitiera. Además de eso, en el video también quedaría grabado el orgullo de mis padres.
Un año largo después fue la fiesta de la siguiente hermana. La tendencia generacional fue la misma: seguíamos con los peinados altos, Technotronic, algo de rock, Wilfrido Vargas y Grupo Niche. También fue un éxito, diversión total. Yo, tal como lo había predestinado, planeé no dormir en toda la noche, para no volver a ser víctima de otro paparazzi, y desde ahí tengo la costumbre de bailar en una fiesta desenfrenadamente. También esta vez quedó capturado en el video el orgullo de mis padres.
3 años después llegó la tercera fiesta, la cual recuerdo más pequeña, pues eran otras épocas, y también fue un éxito. Esta hermana también brilló por su elegancia y belleza, como las otras dos, y la diversión no se hizo esperar. Si bien no hubo tanto parafernalia familiar como en otras fiestas de quince (que el papá cambiara los zapatos o hubiera un columpio y otras excentricidades), lo cual agradecimos, siempre fue suficiente con disfrutar de la compañía de familia y amigos. Y esa magia quedó nuevamente en un VHS.
Y varios años después llegó mi turno. Y yo no quería una fiesta de quince. Se me hacía un despropósito económico, más en un momento donde en realidad no teníamos los recursos. Y de ser así: prefería un viaje. Con ir a las fiestas de mis amigas me bastaba y no me interesaba nada de eso para mí. Pero para mi mamá era muy importante, y ahí descubrí que detrás del rito había algo más. Y ese más es esa motivación de las mamás y papás de darnos lo que ellos desearon y no pudieron tener, más allá de si es necesario o deseado por los hijos, porque ellos lo habrán intentado todo. Y para mi mamá, además de un significado secreto, personal, muy íntimo y sentimental, era importante también que yo tuviera lo mismo que tuvieron mis hermanas, aunque fuera más sencillo. Aun así, yo no le veía sentido. Pero como siempre he “gozado” de un carácter obediente y poco rebelde, mamá no tuvo mucho qué discutir conmigo. Y yo, que estaba tan lejos de ser mujer y de madurar, pedí hacer solo algo moderno y modesto. Entonces hubo negociaciones: vestido elegante, sí, pocos invitados, mi música, mis amigos, la familia, un salón comunal modesto. Y salió lindo. La celebración fue corta y si bien no parecía yo por la cantidad de maquillaje que me pusieron, comimos rico y pasamos lindo. Y a diferencia de las otras fiestas: la seguimos en casa. Y mi abuelo le dio una caja de whisky a mis amigos, lo cual los llevó a la locura. Y seguimos bailando y cantando rap, ska, rock, dembow, salsa y merengue. Pero en casa pudimos desorganizarnos un poco más.
No me convertí en mujer ese día ni cuando me desarrollé tiempo antes, solo algunos años después, y sigo en proceso. A veces despierta la mujer que en mí dormía, a veces todavía duerme, a veces solo desea dormir. Nunca muere la niña. Y cada día comienza la aventura de la vida. Y tiendo a saber cuándo me siento diferente y por qué me siento rara con la gente; y cuando no, hablo con mi mamá, con mis hermanas, con mi papá, o mis amigues, o mi pareja, o Google y ahora ChatGPT. Y me pregunto a qué edad podré celebrar el paso de joven a señora, y de señora a anciana, o de todas a la vez, como suelo sentirme. También, cómo sería el soundtrack. En todo caso, aceptaría que la sociedad me imponga otro rito siempre y cuando me dé los medios para festejar con mi familia y amigas, y medio pueblo, sin que un paparazzi me capture con la boca abierta mientras duermo.
Aviso. No dejes de ver ni de cantar esto:CUENTO. Borrador 2.
Tenía 14 años y pasaba por una crisis adolescente. Nada grave, simplemente tenía que acudir diariamente a un colegio en el cual se sentía como mosco en leche. Cuando decidió cambiar de colegio, no pensó en que podría haber alguna consecuencia negativa y era una buena oportunidad académica. Desestimó el valor que tenía en su vida el estar rodeada de chicos, puesto que siempre tuvo amigos varones, así como también que venía acostumbrada a tener un ambiente estudiantil que priorizaba las experiencias de la vida de los estudiantes, para bien o para mal, más allá de la academia.
Y en este contexto tenía que organizar la fiesta de sus 15 años, una costumbre latinoamericana, la cual se celebra en grande, pues en este cumpleaños se representa el cambio de niña a mujer. Pero ella tenía claro que estaba muy lejos de ser una mujer; de hecho, ella sabía que no entendía qué implicaba eso.
Ella se autocontemplaba como una chica avezada, urbana, citadina, de la gran ciudad, que le encantaba el rock, el ska, el hip-hop y todo lo que tuviera letra de protesta, pero que en realidad no tenía un pelo de rebeldía. Ella, que soñaba con escribir como los del Boom latinoamericano y hacer valer los derechos de todos, pero que de aguerrida solo tenía las salidas al parque con los amigos del barrio. Ella, que bailaba de todo en casa, y le encantaba ir a los eventos musicales en los parques y que también veía novelas mexicanas cursis juveniles con emoción. Ella sabía que estaba creciendo para unas cosas, pero para otras no, por eso no entendía bien cuál era la cúspide en la transformación de niña a mujer.Pero, pues, la celebración de los quince años hace parte de una tradición. En los años 90, cuando ella era muy pequeña, existió una novela llamada Quinceañera. Las protagonistas, Talía y Adela Noriega, mostraban cómo el paso de ser niña a mujer estaba vinculado al primer gran amor, el cual estaba rodeado de drama y elitismo. Aun así, esta historia y su banda sonora hacen parte de una generación de quinceañeras de vestidos color pastel y diseño pomposo, y un estilo caracterizado por tener el peinado del personaje “Alf”. El himno que acompañó a la novela decía: “Yo no sé por qué me siento hoy tan diferente, qué no quiero nada con la gente, qué será, yo no sé… Ahora despierta la mujer que en mí dormía y poco a poco se muere la niña, comienza la aventura de la vida..."
Y como es televisivamente normal, en el nuevo siglo se hizo un remake, el cual reiteraba que el paso de niña a mujer era la relación con el primer amor. Y la letra decía: “Entre tantas miradas busco el amor a ciegas, alguien que sin palabras me haga sentir princesa. Quiero vivir mi vida siempre a corazón abierto, hallar una salida, y dejar atrás el miedo.”
Pero ella, a diferencia de todas sus amigas, no tenía a nadie en su lista de un posible primer amor. No había ni desafíos románticos, ni dramas ni antagonistas. Si bien tenía muchos amigos, el romance no era algo que la rondara. Por consecuencia, las costumbres alrededor de la femineidad y el explotar su sex appeal no eran parte de su rutina. Pero para esta fiesta iba a ser necesario: vestido, tacones, colores pastel, buena postura, maquillaje… todo lo que rodea ser una señorita.
Por eso mismo, su motivación para esta celebración era nula. Tenía razones para pensar lo contrario: muchas niñas del continente soñaban con esta fiesta, sus amigas también hacían celebraciones lindas y divertidas, sus tres hermanas mayores habían tenido fiestas muy bonitas, su papá se llenaba de orgullo y para su mamá era muy importante, era darle a sus hijas la fiesta que quiso y no pudo tener. Pero en contra de la fiesta estaba el factor económico y algún acicate.
Como no era díscola, a la mamá no le costó mucho trabajo comenzar a organizar los detalles. Como ella quería algo modesto, pero moderno, comenzó a ir con su mamá a los lugares en los que idealmente encontraría su estilo, y comenzaron a ver cuáles eran las tendencias, lo que las llevó a negociar el estilo. Y ese estilo fue transportado a la zona obrera, en donde la señora costurera hizo un trabajo maravilloso que dejó a la madre y a la hija contentas, a un precio racional.
Y en ese proceso ella pudo hablar con su mamá y entender la ilusión que le hacía esta celebración y, así, ver a la quinceañera interior de su mamá, de tal forma que, como dicen los abuelos, de una ceniza de tristeza surgió un girasol, que conectó más a madre e hija.Al final la celebración fue solo una fiesta. Ella se divirtió y no quedó a la expectativa del primer amor, ni de dejar de ser niña, ni de ser pronto una mujer.
Ahora, en su adultez, cuando visita a la mamá y ve las fotos de las Quinceañeras en la pared, entre burlas y recuerdos con las hermanas, ella nota que todas son todavía esas quinceañeras: unas chicas, que quieren vivir la aventura de la vida, siempre a corazón abierto, sin importar la edad, las tendencias y las posibles historias de amor, las cuales dudosamente convierten a una niña en mujer.